lunes, 27 de julio de 2009

esperando dulcemente
que el reloj se eche a correr
sin siquiera darme cuenta
que me hace falta la piel.

y es que el viento vespertino,
crepitante y oportuno,
me la arranco de cuajo
estando meditavundo.

pero yo segui esperando,
por mas que el frio me helara,
porque creia en su palabra
las charlas que me daba.

y asi pasen mil años,
no dejare de esperar.
porque mi reloj se ha parado
y no va a despertar.

es que lo durmió el cansancio
de tanto tiempo atras.
más yo seguire indemne
aguardando sin flaquear.

porque con o sin el viento,
que me sople y me despeine,
seguire aqui parado
esperando conocerte.

jueves, 23 de julio de 2009

Un Juego de Truco

Estaba empezando el invierno, y el otoño se negaba a retirarse sin teñir las calles de un ocre oxidado. La noche era cerrada, oscura como el azabache, y una brisa seca hacia revolotear las hojas mancilladas que la vieja estación en retirada había dejado tras de si.
Había salido a caminar para encontrar un poco de sosiego para mi ansiedad. A la mañana de ese día, me ocurrió algo que se quedó fijado en mi mente para el resto de la tarde, persiguiéndome hasta la noche sin dejarme descansar.
Mi vida expiraba escapándose de entre mis dedos como un suave murmullo entre las ramas de los robles. Mi carrera se inclinaba inevitablemente hacia el fracaso gracias a las vicisitudes de las circunstancias. Mi novia, con quien pensaba que iba a compartir el resto de mi vida, aquella persona que me importaba mas que nada en todo el ancho mundo, me dejó solo como a un paria llevándose consigo hasta el vivo reflejo del espejo de la que en algún momento fue nuestra habitación. Estaba destrozado. Había visto toda mi vida caer al más profundo de los abismos en cuestión de un simple día de otoño.
Ya no me quedaban más motivos para seguir viviendo y quería acabar con mi existencia de una vez, terminando la obra del destino que ya me lo había arrebatado todo. Pero aun así, algo de cordura se mantenía indemne en mi mente, diciéndome que lo que quería hacer era una locura.
En mi caminar sin rumbo y casi como una respuesta a mi dicotomía, apareció ante mí un bar al otro lado de la calle. Si con mi desgracia no era suficiente como para terminar mi existencia, entonces el alcohol se encargaría de darme los ánimos que mi cordura escanciaba.
Era un pub sencillo, con una barra a un lado y varias mesas distribuidas por el salón al otro. El lugar estaba vacío a excepción del cantinero tras el largo mostrador.
Me acerque a aquel hombre; era una persona corpulenta de un ancho bigote y unas cejas bien pobladas, en contraste a la falta de cabello sobre su cabeza, salvo por una gruesa franja de lanas grises por sobre su nuca. El señor me echo una rápida mirada de pies a cabeza y me preguntó que era lo que quería. Observando fugazmente la extensa colección de botellas tras de si le dije con voz apagada que me sirviera un vaso de wisky con hielo. El hombre se aparto por un momento y me entrego un vaso de cristal con dos grandes trozos de hielo inmersos en ámbar.
En ese momento, una fuerte ráfaga de viento se hizo sentir en la sala. Un extraño caballero había entrado al bar.
Era un hombre alto, de saco y gabardina negros rematado con un curioso sombrero Bombin, y llevaba en su mano izquierda un largo bastón con ornamentos plateados en el mango. Parecía una siniestra versión del señor Hide. Su rostro era el de una persona mayor, marcado por los años, y una tupida barba lo hacia parecer omnipotente.
El hombre se sentó en una mesita contra la ventana, apenas alcanzado por las luces del local. Me di vuelta para observarlo más detenidamente cuando el extraño señor me hizo un ademán para que me acercara.
Curioso y un tanto confundido por el alcohol que empezaba a recorrer mi sangre, me arrime hasta donde se encontraba sentándome en una de las sillas junto a la mesa. En seguida el hombre me miró con rostro familiar y me dijo que estaba bastante cansado y necesitaba distraerse, que si no quería acompañarlo con un juego de cartas.
“Pero mire que yo nunca en mi vida he perdido un juego” – me dijo en tono burlón.
Me sorprendí ante tal pedido pero me pareció bien… me ayudaría a divertirme un rato antes de acabar con mi patética existencia. Parecía una linda forma de acabar con mi vida, totalmente opuesta a como la viví: en un juego de azar.
Aquel señor estiro la mano en alto y con voz fuerte pidió al dueño que le arrimara un mazo de cartas con un whisky seco. El cantinero, haciendo caso del pedido de su cliente, se nos acerco con un mazo de cartas medio arrugado y un vaso de cristal con la botella, todo sobre una bandeja que zarandeaba de un lado a otro con asombrosa gracia.
El dueño ya se estaba retirando cuando mi extraño compañero le dijo que dejara la botella: “Déjela que la vamos a necesitar en un ratito, jeje”- dijo, dedicándome una mirada cómplice.
En eso, el misterioso señor tomó el mazo y empezó a repartir. Me dio tres cartas, se dio tres cartas y dejo el mazo a un lado de la meza. Le pregunte a que estábamos jugando.
“¿Cómo me pregunta eso?” -me dijo en tono sorprendido.- “un truco amistoso, señor.”
Lo mire no muy alegre por el sarcasmo y orejee mis cartas. Para variar, el destino no se había cansado aun. Me había concedido una mano malísima, sin iguales y ni para mentir un poco en la segundo.
Unas manos mas adelante, el juego se estaba poniendo entretenido.
Íbamos ya trece a diez cuando el señor me hizo una pregunta que me dejo duro: ¿Le pasa algo, amigo, que estaba acá solo en el bar tomando fuerte?
Me quede callado sin emitir sonido. No sabia que contestarle. Habrá sido por el alcohol o por mi deseo de hablar sobre esto con alguien que le largue todo sin prisa ni pausa. Le conté todo, hasta la más mínima coma; todo este día nefasto que había hecho girar mi vida de lleno.
“Me quiero matar.”- le dije sin miramientos.- “y estoy juntando fuerzas para que el sabor del whisky me quite lo que me queda de cagón.”
El hombre me miro como si no me entendiera y después sonrió. Me quede de piedra, sin entender que estaba pasando cuando…
“Pero estimado señor, ¿no se da cuenta que usted ya perdió?”- me dijo mostrando sus cartas, un siete de espada, un ancho de basto y un ancho de espada.
En ese momento me quede sin aliento. Exhalé lo último que me quedaba de aire y caí tendido sobre la mesa. Había muerto.
El extraño señor, sin inmutarse, recogió su abrigo y se fue del bar… buscando a alguien para jugar otra partida.

jueves, 2 de julio de 2009

perdon... me quede sin internet como una semana... dios... no se lo deseo a nadie.
mañana posteo un cuentito para pensar un poquitito. y despues otra rima