bueno... tuve que sacar esta entrada porque ya la había publcado ¬¬
cuando me llegue la inspiración, pongo un cuento que tengo dando vueltas en la cabeza
The Revenant (2015) High Quality
Hace 8 años
Unas palabras de lo que pasa, lo que me pasa y lo que va a pasarnos... osea, lo que se me ocurra escribir, lo que venga y lo que quiera...
Una mañana gris, tapada por las nubes de una tormenta viajera, un hombre robusto, con el rostro marcado por los años y la vida rural, Salió de su humilde casa. Contemplando el cielo triste por unos instantes, se subió a su camioneta ya un tanto maltrecha y oxidada, y fue cruzando el camino agreste mientras levantaba una polvareda hasta perderse en el difuso horizonte. Mientras iba recorriendo el camino, rodeado de tranqueras y alambradas, un pensamiento lo mantenía inquieto. Se sentía vacío, como si algo importante le faltara. La incertidumbre de desconocer que era lo que le quitaba el sueño por las noches, la falta de una parte de sí, lo consumía. Era algo que el recio campechano no podía entender. Miraba por la ventanilla sucia hacia los campos que se extendían a sus lados infinitos cual mar, como si allí hallara su respuesta. Palmo a palmo, los campos y cultivos pasaban junto a él como si lo saludaran agitando sus hierbas al compás de los susurros de las ramas de los viejos árboles entre tierra y tierra. De pronto, un zorro colorado cruzó fugaz el camino cual cometa carmesí. Al verlo, el paisano se quedo dubitativo, como si en los ojos del pequeño animal viera parte de si mismo. Esos ojos color café, pequeños y vidriosos, que lo miraban con inocencia. Al recobrar los sentidos y ver que la esquiva criatura había desaparecido entre los yuyos de la banquina, emprendió otra vez su marcha. Luego de un buen trecho de viaje, una visión lo arrebató de la vista de la ruta. A la izquierda del sendero, como dos manos que trataban de abrazar el sol moribundo de la tarde, unos árboles deshojados se mecían acariciados por el viento. Una imagen cruzó su pensamiento, pero no podía saber porque esos dos árboles le llamaban tanto la atención. Recobró el sentido después de tanta obnubilación y puso en marcha el desvencijado furgón. Ya las sombras se hacia largas y el hombre seguía su rumbo, con los ojos fijos en la ruta. Un sonido suave y familiar saltó entre los campos y, como si fuese un acto reflejo, el hombre giró su cabeza buscando su origen, haciendo sombra con sus manos curtidas tratando de apartar los últimos rayos del día que se fortalecían rasgando en jirones las delicadas nubes que poblaban el cielo, mientras el sol menguaba en el horizonte. Y allí, sobre un viejo y mellado poste de madera, un pájaro hacía sonar su canto por sobre los pastos como si fuese una risa joven. La noche ya había caído mientras él escuchaba tan pasible canturreo. Una brisa fría le recorrió el cuerpo como un escalofrío y se subió nuevamente a la camioneta. Luego de varias horas de viaje sobre una noche cerrada, un punteo de luces aparecía en la lejanía. Un pueblo pequeño iba brotando en el horizonte como engendrado por la misma tierra. Pasando por un vetusto arco de madera, el campechano entró al pueblo. Recorriendo el lugar, paró frente a una vieja casita de dos plantas, un tanto despintada por el tiempo. Su cara pareció iluminarse cuando, sentado frente a la puerta, un chico lo veía con una sonrisa que ocupaba toda su carita. Entonces se dio cuenta. Encontró la respuesta a esa pregunta que carcomía su alma; descubrió que era lo que le faltaba, aquello que lo hacia sentir incompleto. Aquel ser, con sus vidriosos ojitos marrones mirándolo. Con sus pequeñas manitos estiradas como si tratara de alcanzar el sol, esperando un abrazo. Con su risita como la de un ave cantora. Era su hijo