jueves, 9 de septiembre de 2010

La Madre

Yendome, yendome lejos, a aquel mundo ideal. Yendo en bicicleta, como cuando era chico y nada importaba. Nadie te veia de forma rara, o al menos no lo veias vos mirandote.

Habia una vez, una hermosa mujer, cuya belleza no se igualaba a nada que las estrellas fueran capaces de ver. Sola en el centro del todo mismo, con los soles bailando con la unica idea de poderla entretener.
Sus pies eran delicados y lustrosos, casi blancos de pureza. Como un puñado de piedras de río, impolutas y perfectas de los años en que la caricia del agua las abrazó. Más su calor quema el alma cual rojas profundas.
Sus tobillos, graciles como los de una gacela, inspiraban la sensación de querer ir a socorrerla, puesto que aquellas finuras no serían capaces de sostenerla. Y ya el mero pensamiento que tan hermosura embelezara el suelo con su figura era un agudo dolor que se plantaba en el pecho de cualquiera que pudiera imaginarselo.
Las dos columnas que se se extienden a la vista de quien, no sin fuerza de voluntad, alza la mirada para desprenderse de lo anterior, son fluidas cual corrientes de agua caudalosa. Te inundan de frescura y su longitud evoca al Nilo.
Los muslos de tanta belleza no desentonaban en ningun sentido con la armonia que se venía desarrollando a la vista. Eran profundos y exquisitos, con una tela azul que los velaba, haciendolos misteriosos y a la vez, peligrosos. Un azul... un verde... el mar estaba alli ondeando sobre sus piernas.
Su cuerpo, desde sus caderas hasta su pecho, habían sido recortados por la mano de Dios. Todo escondido por un bestido de un verde florido que brillaba ante los dulces bailarines que marcaban el compaz de esa idilica mirada. Las llanuras de su abdomen, los campos de su cadera, las montañas de su pecho. Todo un paisaje que ningun pintor podria reproducir ni aunque del famoso Aleph de Borges dispusiera.
El cuello, igual al terciopelo. Aunque este ultimo se englorie con tal comparación.
Ya su rostro es imposible siquiera de imaginar, puesto que la belleza es un insulto para tal imagen. Ni se puede concebir en una mente tan osca como la mia resulta ser, que tal perfección siquiera exista.
Es de un color palido y elevado, como jamás lo vi. que trae un recuerdo vago, distante y soñador. Con un celeste aureo que envuelve todo aquello, uno se muere de la sola impresión.
Y sus cabellos, de fina plata estelar, son la envidia de todo el cosmos, por no poderlos igualar.
Suaves y blancos ondean alrededor de su faz con un estilo espomoso y vivaz.
Más un secreto ella guarda en su vientre. Un ser crece dentro de ella, consumiendola hasta desfallecer.
Es su hijo, el bastardo. Y la piensa matar.
Rasga sus entrañas, y su piel de papel, para ver las estrellas y poderlas tomar entre sus jovenes manos, queriendolas conquistar.
Aquella criatura que en su fecunda madre vive, destruye a su sustento y lo va devorando, pensando que así consigue dominarlo.
Pero cruel es el destino que a esta abominación le espera, porque muerta su madre, nadie a de cuidarlo. Y solo y desvalido, morira tullido.

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