miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mi Amigo Dario Emir Suquiec

Hace mucho que escribi este cuento pero lamentablemente ha vuelto a tomar vigencia en mi vida... que lo disfruten.

Mi Amigo Darío Emir Suquiec

Era una tarde lluviosa, de esos típicos días grises. Como si reflejaran los sentimientos exactamente como los llevamos dentro nuestro. Y en verdad era así como se sentían Maria y Oscar Nasccio.
Las gotas se agolpaban copiosas contra el alero del techo, y caían suicidas al lado de las paredes, mientras Maria miraba con vista perdida el sauce del patio delantero de la casa. Las ramas hacían agitar sus hojas delicadamente al compás del viento que les daba fuerzas.
En ese momento, Oscar se acercó a su mujer y se sentó a su lado en la mesa de la cocina. Le miró a la cara, esperando que ella apartara la vista para dedicarle sus ojos. Ella no se movió.
-Maria,- dijo Oscar con vos pesada.- por favor, mírame un segundo.-
Ella, sin cambiar la más mínima facción en su rostro, se tornó hacia él. Su cara, antes radiante de alegría, ahora no era más que los despojos abandonados por la angustia en su razante visita.
-Tenemos que seguir adelante. – le dijo Oscar. -Necesito que te levantes, por favor. No puedo yo sólo con todo esto. – sus ojos se pusieron vidriosos y se tornaron en lagrimas.
Maria se levantó en silencio y subió las escaleras. Entró a la habitación de su hijo y cerró la puerta con llave.
Se detuvo un instante para mirar cada rincón de aquel cuarto. Era sencillo. Con paredes blancas, unos pósters pegados en la puerta, el escritorio lleno de papeles y la cama sin hacer. Pero todo estaba cubierto de polvo. Aquel que se junta sobre las cosas cuando estas no han sido tocadas; aquel que proviene de la soledad, del abandono. Del tiempo.
Se sentó en la silla junto al escritorio y se quedo allí quieta. Sin moverse ni emitir el más mínimo sonido, como si no quisiese molestar aquel lugar. Mantenerlo intacto, puro.
De pronto, miró hacia la repisa sobre el escritorio. Un cuaderno azul, sin titulo, ya gastado de tanto toqueteo, le llamó la atención.
Estaba justo al final de la biblioteca, torcido. Como si hubiera sido lo último que se movió allí.
Maria tomó el cuaderno y lo abrió; era un diario; era el diario de su hijo.
Rompió en un estrépito de sollozos y alaridos que difícilmente pudieran haber sido ignorados. Pero aun así, nadie vino. Nadie preguntó por ella. Oscar no estaba, ni nadie más.
Maria cerró el libro con fuerza, no soportando más lo que seguía. Reviviendo en su mente tantos momentos que estaban volcados en tinta sobre aquel cuadernito azul.
Era insoportable. Incapaz de siquiera ver aquellas letras manuscritas, de puño y letra de su hijo, con los ojos hinchados como los tenía, aun empujando lágrimas afuera.
Al día siguiente, la vida se mantenía recluida mientras los frescos vientos golpeaban contra las pobres gotas que saltaban desde las nubes. Y el sol se negaba a dar la cara, convirtiendo el cielo en piedra.
Oscar se había ido temprano a trabajar, al tiempo que Maria permanecía sentada en la misma silla de la cocina, viendo el mismo sauce a través de la ventana. Igual que venía haciendo desde hace ya dos meses.
En ese momento, mirando las ramas del árbol agitándose como si la saludaran, se incorporó lentamente y subió las escaleras. Entró a la habitación de su hijo y se sentó en la silla junto al escritorio, justo como había hecho ayer, exactamente a la misma hora.
Luego de un rato de haber conseguido controlar su dolor lo suficiente para mantener abiertos los ojos, pese a que estos se negaban a dejar de llorar, empezó a leer aquel cuadernillo azul:
“Martes 18 de julio.
Conocí a un chico el otro día. Estaba sentado en la vereda de la casa frente al kiosco. Creo que se acababa de mudar o algo así, porque estaban bajando cajas de un camión delante de la casa.
Yo tenía que hacer unos mandados al kiosco. Lo de siempre: cigarrillos para mi vieja y algún chocolate para comer después a la noche con una película.
Me lo cruce y lo salude, como si nada. Pero me dio un poco de pena, así que a la vuelta me acerque y le dije “hola”.
Empezamos a charlar. Parecía bueno. Me sentía cómodo hablando con el, como familiar. Me parecía raro porque recién lo conocía, pero era como si pudiera contarle todo.
Se llama Darío Emir Suquiec.
Al día siguiente, como de costumbre, me levante, fui al baño a arreglarme un poco y después baje a desayunar. Mamá tenía todo listo como siempre.
Camine hasta la parada de colectivos y me cruce de camino con Darío, que también iba para allá. Nos colgamos las cuatro cuadras de camino a la parada hablando. Era muy reconfortante hablar con él, porque parecía entenderme. Como si fuésemos iguales. Me contó más o menos su historia, de cómo se había venido a vivir acá, porque tenia un segundo nombre tan raro y demás cosas, hasta que llego el colectivo.
Era cómico que no nos diéramos cuenta que íbamos a la misma escuela hasta que nos bajamos en el mismo lugar. Justo cuando lo saludo, él se levanta y toca el timbre. Nos bajamos al mismo tiempo. Soy demasiado distraído como para preguntar esas cosas.
Cuando entre al colegio, Martín me estaba esperando. Quería molerme a golpes porque su novia se me tiro encima literalmente en la fiesta del sábado, así que trate de evitarlo todo el día.
Al final, a la salida me enganchó en uno de los baños y casi me mata. Darío llego pero le dije que no se metiera. Era asunto mío.
Al final no fue tan duro como pensé… solo un par de moretones. Cuando llegue a casa, mamá no pensaba lo mismo. Casi terminamos en el hospital.
Era insoportable ya como esa mujer me digitaba la vida: “que tenés que hacer esto, que no hagas esto otro, que tenés que hacer todo lo que tengo planeado para vos y no te salgas ni un centímetro…”
Creo que me va a terminar ahogando. Todo el día acosándome como lo hace. Porque hablo por teléfono, porque salgo a jugar, porque estoy en la compu, por TODO!
Mi viejo por otro lado, ni me jode. Simplemente no esta. Creo que de no ser por las fotos de la casa, no lo conocería.
Esta todo el día trabajando, inmerso en lo suyo. Apenas perceptible en algún cumpleaños o fiesta ocasional.
Creo que seguimos siendo familia porque simplemente no tienen tiempo entre ellos para pelearse, si ni siquiera se ven.
Gracias a dios que tengo un amigo como Darío, sino me mataría.
Ya estoy un poco cansado de la soledad. Siempre solo en los recreos, como el raro del curso. Es horrible estar todo el tiempo solo. Insoportable.
Mañana me toca ir al psicólogo devuelta. Ya me esta molestando tener que ir, pero mamá dice que es para que me relacione y deje de ser tan cerrado y malhumorado siempre. Me dice que la lastimo, pero claro, ella nunca ve lo que a mi me pasa. Es más fácil mandarme al loquero a que me “cure” porque soy defectuoso o tengo alguna enfermedad que hacerse cargo de las cosas. “¿Porque estoy enojado? ¿Será porque no puedo respirar de lo pesada que sos, mamá? ¿Será que reacciono así porque ya no puedo aguantar más ni tragarme más nada? Que cada vez que me cagas a pedos por algo la seguís y la seguís y la seguís. Y obvio, cuando yo te digo algo, enseguida me saltas con lo lindo que esta el cielo (aunque se caigan las nubes de punta).
En fin, aparte de eso, el psicólogo es un mongo y no me lo banco. Se me quiere hacer el amiguito pero me lanza cada palo que me cae realmente mal. Llegue a la conclusión que soy una basura, según lo que me dice ese tipo más las acotaciones de madre. Y a todo esto, mi viejo ni aporta. Aunque no se que seria peor. Por las dudas que no se meta, que ya veo que la ligo más todavía.
Pero con Darío es otra cosa. Me entiende. Me hace creer por un segundo que no estoy ni loco ni enfermo. Ya no se que creer en verdad.”
Maria cerró el cuaderno despacio, sosteniendo un sollozo que le nacía de lo más profundo del alma y el corazón. Una de sus lágrimas llego a mojar la hoja que leía antes que la tapa cayera sobre ésta. Continuó…
“Ayer me sentí realmente mal. No soportaba nada más.
Mi madre me había gritado por no haberme levantado a almorzar después de haber salido la noche anterior al boliche. No entendía nada. ¿Por qué mis padres no podían ser normales como todos los demás? Parecía que me estaban criando los Ingals.
Demasiada presión. Constante. Sin libertad, sin nada. Es insoportable.
Darío siempre me decía que quería ayudarme, pero debía intentar arreglar las cosas solo, por mi mismo. Aunque ya me estaba cansando un poco.
Al día siguiente, como siempre, me prepare para ir a la escuela. De camino, con Darío charlamos sobre a donde nos gustaría irnos para salir de donde estábamos metidos. A mi la verdad que no me importaba donde me fuera, siempre que me fuera. El decía que quería irse a un lugar tranquilo, sin que nadie lo jodiera. Sin complicaciones. Algo así como el cielo me dijo. No lo entendí muy bien, pero parecía lindo lo que decía.
Al llegar, Me quede duro. Ahí en la puerta estaban Martín y sus amigos. Unos ursos de 5to año.
Ni bien me baje del colectivo, se me vinieron al humo, listos para mandarme a donde decía Darío. Eran cinco contra mí. No pude hacer mucho para defenderme más que hacerme una bolita en el piso.
Cuando terminaron no sentía nada. Ni siquiera podía levantarme.
A duras penas logre llegar a mi casa devuelta. Y cuando mi madre me vio, no hizo otra cosa que gritarme por faltar a clase. Ni siquiera me escucho, y yo hice lo mismo con ella.
Me eche en la cama y me dormí. No podía más.
Esa tarde Darío me llamo para preguntarme lo que me había pasado. Por qué había faltado. Le explique más o menos la golpiza de los amigos de Martín y como había sido recibido en mi casa. El mientras trató de contenerse para no reírse, aunque me pude dar cuenta del esfuerzo que hacia. Después me pregunto si podía hacer algo para ayudarme, vengarme de Martín o lo que sea. Le dije que no se preocupe, que ya había pasado y que mañana hablábamos en la escuela.
Esa noche, en la cena, había un silencio mortal. Solo se escuchaban los tenedores y cuchillos chocando contra los platos. Hasta que mi madre, mirando a mi padre, que asombrosamente esa noche cenaba con nosotros, le preguntó si no me pensaba decir nada. Mi padre la miro, me miro, y luego dijo que me fuera a mi cuarto después de comer sin tocar la computadora por un mes. Me dio una rabia tremenda el hecho que ni siquiera se dignara a decirlo enserio. Que no tuviera la decencia de retarme de verdad. Parecía el jefe que retaba al empleado. Me dio asco su indiferencia.
Ni bien estuve en mi cuarto, me tire en la cama y me largue a llorar. Ya no lo aguantaba más. Eran todas malas, ni una buena. Estaba total y completamente solo en este mundo de mierda.
Quería irme. Irme y dejar todo (que en realidad no era nada, porque no tenia nada que dejar atrás).
En ese momento, una voz me hablo por la espalda. Me quede helado. Era Darío. ¿Qué hacia acá? ¿Cómo había entrado?
Me miro fijo a los ojos y me dijo: “¿queres que te ayude esta vez?” mientras yo me limpiaba los ojos con la manga del buzo. Asentí con la cabeza. Y después me fui… me fui lejos. A un lugar tranquilo donde nadie me molestara, nadie me gritara, nadie me despreciara. Solo estábamos Darío y yo.

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